El jardín
Mario Flores Pedraza
En un rincón del paisaje de la sociedad mexicana, se encuentra un jardín peculiar, vibrante y lleno de vida. Este no es un jardín común, donde las flores y los árboles crecen solo por obra de la naturaleza. Este jardín es la democracia, un espacio fértil donde cada ciudadano tiene el poder de plantar semillas, cuidar brotes y cosechar los frutos de su labor. En este jardín, todos somos jardineros, y nuestra responsabilidad es tanto colectiva como individual.
Imaginemos que cada voto es una semilla. Al depositar nuestro voto en la urna, estamos sembrando una semilla que contribuirá al crecimiento del jardín. Algunas de estas semillas florecerán en políticas justas y equitativas, mientras que otras pueden dar lugar a espinas y malezas si no se eligen con cuidado. La calidad de nuestras decisiones, la profundidad de nuestra reflexión y la claridad de nuestros valores determinan qué tipo de semillas plantamos en el suelo democrático.
Sin embargo, votar es solo una parte del trabajo del jardinero. Después de plantar la semilla, debemos regarla, nutrirla y protegerla. Esto se traduce en participar activamente en la vida pública, informarnos sobre los temas de interés común y exigir rendición de cuentas a nuestros representantes. Si descuidamos estas tareas, nuestro jardín puede verse invadido por la apatía y la corrupción, y las plantas que una vez prometieron belleza y abundancia pueden marchitarse.
La diversidad es otra característica esencial de nuestro jardín democrático. Así como un jardín saludable se beneficia de una variedad de plantas que ofrecen diferentes colores, aromas y texturas, una democracia florece cuando todos sus ciudadanos, con sus distintas voces y perspectivas, participan en el proceso. Cada opinión y cada acción, por pequeña que parezca, añade un matiz único al conjunto, enriqueciendo el paisaje y fortaleciendo las raíces de nuestra convivencia.
No podemos olvidar que el jardín no es solo para nosotros, los jardineros de hoy. Es un legado que dejaremos para las futuras generaciones. Es nuestra responsabilidad asegurar que lo que plantemos ahora proporcionará sombra y frutos para aquellos que vengan después. Debemos pensar en los niños que jugarán entre los árboles, en los ancianos que disfrutarán de la sombra y en los jóvenes que encontrarán inspiración en la diversidad y la vitalidad del jardín.
La responsabilidad ciudadana en una democracia es similar a la de un jardinero dedicado. Requiere atención, compromiso y una visión a largo plazo. No basta con plantar una semilla y esperar; debemos involucrarnos activamente en el cuidado y el crecimiento de nuestro jardín común. Solo así podremos asegurarnos de que nuestra democracia florezca, proporcionando belleza y sustento para todos sus habitantes, presentes y futuros.
Así que, como jardineros de este vasto jardín, tomemos nuestras herramientas y trabajemos con diligencia y esperanza. El futuro de nuestro jardín depende de nosotros, de nuestras acciones y de nuestro compromiso con el bien común. La democracia es un jardín que florece con la participación activa y la responsabilidad compartida de cada uno de sus ciudadanos.