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El PRI en Tula: Un partido fantasma que evoca glorias perdidas

 El PRI en Tula: Un partido fantasma que evoca glorias perdidas

Este 4 de marzo, el Partido Revolucionario Institucional PRI cumple 96 años de existencia, un hito que en Tula, pasará desapercibido.

No hay festejos, ni porras, ni dirigentes que encabecen una celebración. Solo quedan ecos de un pasado que el propio partido se empeña en idealizar, mientras navega en la irrelevancia política.

El PRI, otrora columna vertebral del sistema político mexicano, hoy es una estructura sin rumbo, desdibujada por la corrupción, el nepotismo y la complicidad con un sistema que hundió al país en crisis recurrentes. Aunque sus defensores insisten en separar al “partido” de los “malos actores”, la historia desmiente esa ingenuidad: el PRI no fue víctima de sus militantes, sino cómplice activo de un régimen que normalizó el abuso de poder, el clientelismo y el saqueo institucional.

Es paradójico que quienes hoy reniegan del tricolor —exmilitantes ahora abrazados a MORENA u otros partidos— hayan sido formados en sus entrañas. Pero su hipocresía no absuelve al PRI. Al contrario, revela una cultura política arraigada: la del pragmatismo sin principios. Aquellos que acumularon fortunas y poder bajo su cobijo hoy lo señalan como chivo expiatorio, pero el partido sigue sin asumir su responsabilidad histórica. Su narrativa de “nos traicionaron” suena a autoengaño: el PRI no fue corrompido, fue la corrupción hecha institución.

En Tula, la decadencia es palpable. No hay dirigencia municipal, ni capacidad de convocatoria. La calle Lerdo de Tejada, antes abarrotada en sus mítines, hoy refleja el vacío de un partido que sobrevive como nostalgia para unos y como lección para otros. El PRI insiste en que su “recuperación” es posible, pero ¿con qué credibilidad? Su oferta se reduce a evocar un pasado mitificado, mientras el país exige respuestas a problemas que el tricolor ayudó a profundizar: desigualdad, violencia e impunidad.

Los 96 años del PRI no son motivo de celebración, sino de reflexión crítica. Su legado no es solo el de un partido longevo, sino el de un sistema que privilegió el control sobre la democracia, el reparto de favores sobre los derechos y la lealtad ciega sobre la rendición de cuentas. Mientras niegue esta historia, seguirá siendo un fantasma: presente en el recuerdo, ausente en la acción. Y Tula, testigo mudo de su fundación, hoy es también testigo de su ocaso.

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Editor1