La impunidad, reina sin corona… pero con escolta oficial
Han pasado más de 20 años desde aquella pomposa reforma al Poder Judicial que prometía autonomía, transparencia y justicia pronta y expedita. ¿Y qué se logró? Exactamente eso que está pensando: nada. Bueno, para ser justos, nada útil para la ciudadanía, porque si se trata de gastar, vaya que ha servido: millones en edificios flamantes, capacitaciones de café y galleta, sueldos de oro, y un montón de “modernización” que se quedó en papel… o en Excel, si bien nos va.
Ahora, con la elección del nuevo fiscal estatal —sí, ese proceso que a todas luces parecía más una pasarela partidista que un concurso de méritos—, nos quieren vender otra “auténtica transformación”. Pero como diría la tía, “¡Ajá, sí cómo no!”. Porque los expedientes siguen empolvados, las carpetas de investigación criando telarañas y la justicia sigue siendo una promesa lejana, una palabra bonita en discursos oficiales.
En el Altiplano Tamaulipeco, por ejemplo, ¿cuántos homicidios, robos, violaciones o delitos graves se han resuelto en los últimos años? ¿Cuántos culpables están realmente tras las rejas? Exacto. La impunidad no sólo reina, sino que desfila con banda presidencial.
Y mientras tanto, los ciudadanos saben que la “renovación” del Supremo Tribunal de Justicia y de la Fiscalía no es más que otra repartición de cuotas políticas. Porque al final, el que decide sigue siendo el de siempre: el gobierno en turno, el mismo que prefiere no incomodar a sus aliados, ni tocar a sus protegidos, y que le tiembla la mano para ejercer la violencia legítima del Estado donde realmente hace falta.
¿Seguridad, paz, justicia? Palabras huecas cuando el sistema está diseñado para simular, no para resolver. Y la gente lo sabe, por eso ya no confía ni tantito en los jueces, los fiscales ni en las instituciones que, se supone, deberían defenderlos.
Eso sí, que no falte la rueda de prensa, el aplauso institucional y el brindis por la “transformación”. Mientras tanto, la reina impunidad sigue en el trono, más cómoda que nunca.